La publicación de hoy es del Rev. Daniel A. Bruno de la Iglesia Metodista Argentina. Originalmente fue escrito como una publicación de Facebook para CMEW (El Centro Metodista de Estudios Wesleyanos). Se vuelve a publicar aquí con permiso.
“Un fantasma recorre América latina, el fantasma del antiecumenismo”, esta paráfrasis de aquel viejo Manifiesto tal vez ayude a sintetizar la preocupante situación por la que está transitando el mundo evangélico en América Latina y lamentablemente buena parte del metodismo también.
Grandes iglesias metodistas históricas de nuestro continente están desandando un camino pionero de liderazgo ecuménico para encerrarse en una atmósfera de autoplacer intolerante a lo distinto.
Sin duda, este fantasma no viene solo. Es parte de “un clima de época”, una ola conservadora, intolerante que afecta todos los ámbitos de la vida social, cultural, económica y claro también religiosa de nuestra región.
Lo extraño para el metodismo es que, teniendo una rica historia que señala desde sus orígenes un camino de apertura de mirada y de mente, hoy se pretenda torcer lo evidente con posturas conservadoras y ortodoxas con las que Wesley jamás hubiese acordado.
Brevemente señalaremos algunas de esas características del pensamiento wesleyano que lo hizo distinto en medio de una atmósfera de intolerancia que perduraba del siglo anterior y contra la cual Wesley quería combatir.
En una amplia cantidad de sermones y tratados, Wesley se refiere al “pensar y dejar pensar”, aplicados a diversos aspectos de la vida cristiana. Nos detendremos brevemente en el sermón 39 “El espíritu católico”, el cual bien podría ser traducido como “El espíritu ecuménico”.
Wesley toma como base el texto de 2 Reyes 10, 15 donde Jehú se encuentra con Jonadab (recabita) y en lugar de reprocharle ciertas prácticas culticas no compartidas por Jehú (ver Jeremías 35), este solo le pregunta: “¿Es tu corazón como el mío?”, “Entonces, dame tu mano”.
Wesley también tuvo su “clima de época” pero supo evitarlo. El siglo 17 fue escenario de feroces guerras, y baños de sangre por asuntos religiosos, las guerras religiosas habían dividido y separado teológica y eclesialmente a un sinnúmero de expresiones cristianas. En la época de Wesley, aquella rémora del pasado había llevado a construir grandes murallas de contención tanto doctrinal como de prácticas y reglamentaciones eclesiales para mantener separadas y “sin conflicto” a las iglesias y a grupos distanciados dentro de una misma iglesia o entre denominaciones distintas.
En este contexto, en 1750, Wesley publicó el sermón 39, después de que él y sus predicadores habían experimentado la incomprensión y la persecución de los líderes de la Iglesia Anglicana. Wesley enfatizó que la persecución surgía de la falta de tolerancia, y una de las razones fue la ausencia de libertad de pensamiento en la Iglesia. Dice Wesley:
“Toda persona sabia por lo tanto permitirá a otros la misma libertad de pensamiento que desea que ellos le permitan; y no insistirá en que ellos abracen sus opiniones más que lo que admitirá que ellos insistan para que él abrace las de ellos. Tolera a quienes difieren de él, y solamente plantea a aquel con quien desea unirse en amor una sola pregunta: ‘¿Es recto tu corazón, como el mío es recto con el tuyo?’”
Es claro que Wesley no está haciendo un llamado al pensamiento único (ortodoxia), pero tampoco, en el otro extremo, a un laissez faire, laissez passer doctrinal. La unidad que busca no está en el nivel de las doctrinas o las costumbres, las cuales, admite, cada uno puede sostener la que le parece más verdadera. La unidad que busca se encuentra en el nivel humano, del amor y la tolerancia.
Esta actitud conlleva un desafío doble, por un lado, que sostener las ideas propias demanda una constante actitud de autocrítica, porque las ideas propias hay que sostenerlas “salvo que usando la razón descubras que están equivocadas”, y por otro lado el respeto por las del otro/otra, aunque se las considere equivocadas. Esto evitaría lo que Wesley llamará la “inquisición”, esa actitud sectaria y condenatoria que fue origen de los pasajes más sangrientos y vergonzantes en la historia de la iglesia.
“En segundo lugar, podemos observar”, afirma Wesley, “que no hay ninguna inquisición acerca del modo de adoración de Jonadab, aunque es muy probable que hubiera en este aspecto una amplia diferencia entre ellos….ninguna criatura posee poder alguno para constreñir a otro a andar según sus propias normas. Dios no ha otorgado derecho alguno a ninguno de los humanos a enseñorearse así de la conciencia de sus hermanos, sino que cada uno debe juzgar por sí mismo, pues cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí.”
Todo esto nos invita a pensar sobre las formas y actitudes que, como personas y como iglesia, adoptamos frente a las diferencias. Debemos reconocer que, a principios de siglo XX, casi todos los metodismos latinoamericanos no tuvieron para nada presente este sermón cuando hicieron de la controversia contra el catolicismo una batalla por las ideas, por la feligresía y por el territorio.
Tampoco lo tienen presente hoy ciertos metodismos que abandonan el ecumenismo y reniegan tanto del pensar, en tanto acción libre y critica de la razón, como del dejar pensar, en tanto acción de tolerancia ante lo diferente.
Sin duda, la tremenda frase de Wesley: “Dios no ha otorgado derecho alguno a ninguno de los humanos a enseñorearse así de la conciencia de sus hermanos”, debería ser una guía que ayude a revisar nuestras afirmaciones, nuestros juicios y prejuicios.
Es un llamado a las iglesias para volver a predicar un evangelio de gracia que libera. Es también un llamado a los pueblos a defender su derecho a una conciencia libre, libertad de conciencia que no debe ser temida como amenaza por la iglesia, sino por el contrario, valorarla como un don amoroso de Dios.
Cuando las subjetividades de los pueblos se encuentran cada vez más manipuladas por poderosas empresas mediáticas creadoras de realidades falsas, esta afirmación wesleyana es buena noticia a ser predicada y un derecho humano inalienable a ser defendido.
En este sentido “el espíritu católico” no se agota en las buenas relaciones con hermanos/as en la fe que piensan distinto, sino que avanza por territorios de valores ecuménicos globales, tanto en el ámbito religioso, como también en el científico, ético y político.
Para los tiempos de resurgimiento de fanatismos conservadores, de ayer y de hoy Wesley en su tratado contra los entusiastas, aconseja que no actuemos como los “entusiastas” que andan persiguiendo a los demás.
Dios no nos llamó a destruir la vida de los demás sino a salvarla. “Nunca se te ocurra forzar a otros a entrar en los caminos de Dios.” Tampoco, se debe forzar a otros a pensar como tu. … “Piensa y deja pensar. No obligues a nadie sobre cuestiones de religión, ni los fuerces a entrar por medios que no sean la razón, la verdad y el amor”.
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